
Desde que tengo uso de razón celebro la llegada a mis manos del pan de leche, las rosquitas cubiertas, las empanadas de guayaba, los suspiros, el pan aliñado y otras delicias que salen de ese horno de leña que está al final de la calle Unión de La Asunción. Y forman parte del acervo gastronómico margariteño. Pueden comprarse en la puerta de la casa o a las vendedoras, que con sus cestas se ubican en varias plazas de Margarita. Son varias las vendedoras informales, que en sus inmensas cestas ofrecen a los transeúntes toda la tradición dulcera de la isla.

Recuerdo, con la misma sorpresa del momento, la imagen de mi tía batiendo manualmente una docena de claras de huevo para los suspiros, a sus ayudantes amasando y armando los panes, el pan saliendo del horno de leña. Iniciando mis estudios de periodismo decidí estrenar mi primera cámara con ella haciendo pan, buscando plasmar esas imágenes con las que había crecido. Al mejor estilo antropóloga/fotógrafa, me le presenté en su casa una Semana Santa, después de recorrer el espacio le dije dónde me gustaría que se ubicara para tomarle las fotos. Con pasmosa tranquilidad me dijo: “mija y tú me vas a fotografiar a mí, así tan fea y acalorada”. Fin de la sesión fotográfica.