La Factoría me ha hecho muchos regalos, entre ellos los amigos, y entre los amigos The Gomez, que son Helena y Florencio. Comensales que disfrutan cada bocado de los platos que piden en mi mesa y tienen la gentileza de preguntar qué quiere uno si se van de viaje. Florencio suele hablar de los polvos mágicos que pongo en la comida.
Antes de iniciar un periplo por el Medio Oriente del mundo preguntaron que quería. Dije que un sobrecito de alguna especie preparada para un plato salado o dulce, cualquiera se agradece. Hoy fueron a visitarme con ese cariño y ese calor que puede ser más fuerte que el de la cocina. Una vez más cubría yo la vacante de la cocinera, que no apareció, y no podía sentarme con ellos a oír los cuentos del viaje. Hasta la puerta de la cocina llegó Helena requiriéndome. Se tuvieron que ir. Los cuentos quedaron para otro día. Para mi conmoción me dejaron una bolsita con dos presentes, dos pedacitos de esas lejanas tierras - o tres, la bolsita era la original y dice Ucuzcular, Estambul 1886 (la tienda tiene más de cien años). Me regalaron azafrán y vainilla. Creo que, en carne - como decía mi hermano de pequeño - nunca había visto tanto azafrán junto. La cajita es inmensa, valga la contradicción, y la astillita de vainilla viene en su tubito. Es algo que hace tiempo no vemos por aquí. Prometo preparar algo que permita disfrutar cada hebra de ese azafrán, que viajó desde tan lejos hasta mis manos, y perfumar un rico postre con esa vainilla pronto, muy pronto.
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